Este artículo se inserta dentro del conjunto de recopilaciones que estoy haciendo en torno a los diarios de Viktor Kemplerer. Para leer el artículo anterior pulsa aquí.

(…) El 19 de mayo pasó la tarde en casa el señor Kaufmann, que está sólo; su mujer, en Berlín con la familia de Edgar. Se van la semana próxima a Palestina, dejan a la niña de momento en casa de los padres, se llevan 15.000 marcos, quieren buscar como sea un nuevo modo de existencia. Un chiste cruel, contado por los Dember: al inmigrante que llega a Palestina le preguntan: “¿Viene usted de buen grado o de Alemania?”. Carta de Georg: él se jubila (“habría podido seguir”); Otto, el físico, Friedrich, el médico residente, y el hijo menor, que está terminando económicas, quieren emigrar a América o a Inglaterra; a Hans, que acaba de tener un hijo, no le han despedido de Siemens “hasta ahora”. –En mi curso de francés antiguo, hoy tres alumnos, en cambio en historia de la cultura y en el seminario correspondiente hay más gente (veinte y diez respectivamente).

(…) Desde el discurso de la paz de Hitler y la distensión en política exterior he perdido toda esperanza de vivir el final de esta situación.

Bibliografía:

[1] Quiero dar testiminio hasta el final: diarios 1933-1941; Viktor Kemplerer – Barcelona – Galaxia Gutenberg – 2003.

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Mis clases: francés antiguo con seis alumnos, historia de la cultura con unos veinte, el seminario correspondiente con diez. Todo sin incidentes. Pero no examino, en conformidad con la “petición” del rectorado. Tampoco he estado en la reunión del departamento. Hemos tenido visitas solidarias: la noche después de la reunión del departamento, la señora Kühn, el domingo siguiente, los Delekat. Delekat venía de predicar en la Kreuzkirche, porque allí se puede “decir más” que en las clases. Iba de levita, en un maletín llevaba sus ropas litúrgicas. Una visita de la señora Hirche. El agradecimiento y el miedo libran un combate en el alma de los Hirche. Él ha tenido que afiliarse al Partido Nacionalsocialista; el chico está en las primeras semanas de la Reichswehr. El haber entrado allí como aspirante a oficial me lo debe en grandesima parte a mí (informe y recomendación a los Rüdiger). Beste, ahora decano, amargado en su interior (es del Zentrum), está de mi parte. Pero por todas partes, impotencia, cobardía, miedo.

Rapidísimo avance de la política de catástrofe. Estoy a la espera. Con Thieme, que se declaro entusiasta partidario del nuevo gobierno, he roto abrupta y definitivamente. Nos invitó por teléfono a su casa. Le dije que no queríamos ir y que deseaba terminar la conversación Telefónica, y colgué.Annemarie teme perder el puesto porque se ha negado a participar en el solemne desfile del 1 de mayo. Ella (Deutschnational de pies a cabeza) cuenta: a un comunista de Heidenau le remueven el suelo del jardín porque piensan que tiene allí enterrado un fusil. Él lo niega, ellos no encuentran nada; para obligarle a confesar lo apalean hasta matarlo. El cadáver al hospital. Huellas de botas en el vientre, agujeros como puños en la espalda, los rellenan con algodón. Resultado oficial de la autopsia: causa de la muerte, disentería, lo que con frecuencia produce “manchas cadavéricas” prematuras.Las “noticias de atrocidades” son embustes y se castigan severamente.Jule Sebba, unos días en Dresde.

(…) De las infamias y monstruosidades de los nacionalsocialistas sólo anoto lo que de alguna manera me concierne personalmente. Todo lo demás puede leerse en los periódicos. El ambiente actual: esperar, visitas mutuas, contar los días, inhibición para hablar por teléfono y escribir cartas, leer entre líneas en los periódicos amordazados: todo eso habría que conservarlo alguna vez en unas memorias. Pero mi vida se acaba, y jamás escribiré esas memorias.

Bibliografía:

[1] Quiero dar testiminio hasta el final: diarios 1933-1941; Viktor Kemplerer – Barcelona – Galaxia Gutenberg – 2003.

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