Este artículo se inserta dentro del conjunto de recopilaciones que estoy haciendo en torno a los diarios de Viktor Kemplerer. Para leer el artículo anterior pulsa aquí.

(…) De momento, domina la propaganda para las “elecciones” del 12 de noviembre, para el plebiscito y la “lista única” del Reichstag. La gente va por ahí con “botones electorales” (“Sí”) en la solapa de la chaqueta.

Bibliografía:

[1] Quiero dar testiminio hasta el final: diarios 1933-1941; Viktor Kemplerer – Barcelona – Galaxia Gutenberg – 2003.

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30 de enero: Hitler, canciller. Lo que llame terror antes del domingo de las elecciones (5 de marzo) fue suave preludio. Ahora se repite hasta en el menor detalle lo de mil novecientos dieciocho, pero bajo un signo diferente, el de la cruz gamada. Otra vez es asombroso con qué indefensiónse derrumba todo. ¿Dónde está Baviera? ¿Dónde está la Bandera del Reich, etc, etc.? Ocho días antes de las elecciones, la burda historia del incendio del Reichstag: no puedo imaginarme que alguien crea realmente en la autoría de un comunista y no en un trabajo pagado por los nazis. Después, esas furiosas prohibiciones, esas tropelías. Y además, en las calles, por la radio, etc., una propaganda sin límites. El sábado 4 oí un fragmento del discurso que pronunció Hitler en Königsberg. Un hotel al lado de la estación, con la fachada iluminada, enfrente desfile de antorchas, en los balcones gente con antorchas y con banderas con la cruz gamada, altavoces. Sólo entendí palabras sueltas. ¡Pero qué tono! Los patéticos bramidos, realmente bramidos, de un predicador. –El domingo voté a los demócratas, Eva al Zentrum. Por la noche, hacia las nueve, con los Blumenfeld en casa de los Dember. Por broma, porque tenía puesta mi esperanza en Baviera, me había puesto en la solapa la Cruz del Mérito de Baviera. Y luego, esa ingente victoria electoral de los nacionalsocialistas. El doble de votos en Baviera. Una y otra vez, el himno de Horst Wessel. –Protesta indignada: los judíos de bien no tienen nada que temer. Acto seguido, prohibición de la Unión central de los ciudadanos judíos de Turingia, por haber criticado “talmúdicamente” y denigrado al gobierno. Desde entonces, día tras día, delegados del gobierno central; gobiernos pisoteados, banderas con la cruz gamada izadas, casas ocupadas, gente muerta a tiros, prohibiciones hoy por primera vez, incluso el moderadísimo diario Berliner Tageblatt), etc., etc. Ayer, “por orden del Partido Nacionalsocialista” –ni siquiera nominalmente dicen ya “por orden del gobierno”-, han destituido de su puesto al dramaturgo Karl Wollf, hoy el ministerio sajón en pleno, etc., etc. Perfecta revolución y perfecta dictadura del Partido. Y toda la oposición como si se la hubiera tragado la tierra. Ese absoluto hundimiento de un poder que existía hace sólo un instante, no: su completa extinción (exactamente igual que en mil novecientos dieciocho) es lo que me deja tan impresionado. “Que sais-je?” – El lunes por la noche, de visita en casa de la señora Schaps, junto con los Gerstle. Nadie se atreve ya a decir nada, todos tienen miedo. Sólo de modo muy confidencial dijo Gerstle: “El que incendió el Reichstag no llevaba más que un pantalón y un carnet del Partido Comunista y está demostrado que vivía en casa de un nacionalsocialista”. Gerstle iba con muletas; se ha roto una pierna esquiando en los Alpes. Su mujer conducía, hicimos en su coche un trecho del camino de regreso.

¿Cuánto tiempo conservaré la cátedra?

A la presión política se añade el martirio de estos perpetuos dolores en el brazo izquierdo, de este perpetuo pensar en la muerte. Y la tortura de los esfuerzos, siempre fracasados, por conseguir la hipoteca para la casa. Y luego, horas y horas luchando con las estufas, fregando la vajilla, haciendo faenas caseras. Y ese estar perpetuamente en casa. Y no poder trabajar, no poder pensar (…)

Bibliografía:

[1] Quiero dar testiminio hasta el final: diarios 1933-1941; Viktor Kemplerer – Barcelona – Galaxia Gutenberg – 2003.

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